22/05 - Día del Psicólogo Paraguayo
Mi experiencia en el ejercicio de la profesión en el Paraguay

Hoy, 22 de mayo, se celebra el Día del Psicólogo Paraguayo. La fecha es especial porque recuerda la creación de la Sociedad Paraguaya de Psicología, fundada en 1966. Dada la conmemoración de este hito histórico, me pareció una ocasión auspiciosa para compartir un poco acerca de lo que es para mí, como psicóloga paraguaya, ejercer la profesión en nuestro país.
Estructuré el texto en torno a algunas frases que escuchamos frecuentemente y que son muy representativas de la realidad de ser psicólogo en el Paraguay:
«¿Y de qué vas a vivir?»
Esta es una que muchos de los que decidimos estudiar Psicología hemos escuchado alguna vez —junto con la igualmente infame «te vas a morir de hambre»—. Por lo general, es un comentario que escuchamos incluso antes de empezar la carrera, cuando todavía nos encontramos barajándola entre nuestras posibilidades. Al menos, fue una de las primeras cosas que me dijeron a mí allá por 2013.
Hoy, más de diez años después, me alegra no haberle dado demasiada importancia. Porque vivo exclusivamente del ejercicio de la Psicología Clínica en el ámbito privado.
«El psicólogo es para locos»
Una de las razones por las que era difícil creer que la Psicología podía ser una carrera rentable en el Paraguay, al menos en aquella época, era el estigma tan grande que existía en torno a la salud mental. Ese estigma sigue vigente hoy en día, pero en mi percepción, en una medida mucho menor en comparación a la década pasada.
Creo que uno de los factores que han contribuido a la deconstrucción de estos prejuicios a lo largo de los años han sido las redes sociales y el incansable trabajo de visibilización que psicólogos, estudiantes de Psicología y usuarios de los servicios de atención psicológica hemos venido realizando a través de ellas.
Quizá la pandemia también haya jugado un rol preponderante. La incertidumbre que se vivió durante su auge elevó los niveles de ansiedad y depresión en la población en general, así como la incidencia de diversos tipos de conflictos interpersonales e intrafamiliares. Ese doloroso capítulo de nuestra historia reciente tuvo aunque sea una consecuencia positiva en mi opinión: la sociedad se vio obligada a reconocer que cualquier persona puede sufrir problemas de salud mental y que el acompañamiento profesional es efectivo y necesario.
Creo que la combinación de ambas cosas (y, seguramente, otros factores —qué bueno estaría investigarlos—) ha contribuido a que el Psicólogo Clínico adquiera un papel cada vez más respetado en la sociedad paraguaya. De a poco vamos dejando atrás esa percepción mitificada (casi equiparable a la de chamanes y curanderos), para posicionarnos como profesionales de ciencia, capaces de dar respuesta y contribuir en la resolución de problemas reales e importantes.
«Te paso el contacto de mi psicóloga»
Si bien las redes sociales son un medio importante para darnos a conocer, la mayor parte de consultantes llegan a través del boca en boca. He notado a lo largo de los años que esa es una de las características del campo.
Esto también es evidencia del cambio que va sufriendo en la percepción social el hecho de ir a terapia: donde antes era algo a mantener en secreto, hoy se va convirtiendo cada vez más en algo de lo que sentir orgullo, pues es una forma de autocuidado.
«Los psicólogos a la larga se vuelven locos»
Esta frase esconde una verdad que no podemos pasar por alto: el ejercicio de la Psicología Clínica es emocionalmente demandante. Nuestro trabajo implica la exposición constante a historias de vida muy difíciles y procesos de sufrimiento profundo. La empatía es una de nuestras herramientas de trabajo y eso nos va produciendo un desgaste que, muchas veces, se tolera en soledad profesional. En Paraguay, los psicólogos no tenemos la costumbre de supervisar, ni contamos con estructuras sólidas que nos contengan.
Es por eso que, aunque sea algo que nos repiten constantemente desde las aulas de la universidad, sigue siendo necesario enfatizar que los psicólogos también necesitamos hacer terapia. Porque por más herramientas que tengamos, también somos personas con historias, heridas, miedos y límites.
Estar siempre en el rol del que ayuda muchas veces hace que cueste el doble tener que pedir ayuda. Nos gana la autoexigencia y, muchas veces, el temor a que se cuestione nuestra capacidad profesional. Pero, para nosotros, cuidarnos es una necesidad ética. No solo por nosotros mismos, sino también por quienes consultan con nosotros.
Quiero concluir esta breve mirada hacia el ejercicio del psicólogo en el Paraguay haciendo hincapié en que esta es una profesión de vocación. Creo que todos los que la ejercemos, lo hacemos porque la amamos profundamente. Pero para ejercerla con integridad, tenemos que empezar por casa: es necesario que los psicólogos hagamos terapia, supervisemos, nos formemos continuamente y sostengamos espacios de cuidado mutuo entre colegas. Creo que, si hablamos estrictamente del área clínica, esa es una de nuestras materias pendientes como profesionales en el Paraguay.

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